El 21 de Agosto de 2007 empezamos un viaje para recorrer algunos países de Sudamérica: Brasil, Bolivia, Perú, Chile, Argentina y Uruguay. Hemos creado esta bitácora para ir anotando las cosas que pasan a espectadores como usté.
Habrá dos territorios separados: uno lleno de lo que Ana haya visto y el otro no.

Que lo sepas...

“Durante mucho tiempo estuve pensando que la vida, la vida de verdad, estaba aún por empezar. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que debía solucionarse en primer lugar, algún asunto inacabado, ocupaciones, deudas por pagar. Finalmente me di cuenta de que todos esos obstáculos eran mi vida. Esta forma de ver las cosas me ha enseniado que no existe un camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino. Así que valora cada momento que vivas y recuerda que el tiempo no espera por nadie. La felicidad es un viaje, no un destino." (Souza)

LXXXI (08/11/07) Trujillo, PE

Trujillo, Perú
Dormimos muchísimo, desayunamos y tomamos un bus hacia Huanchaco. Huanchaco es un pueblo costero de pescadores, muy famoso por los caballitos de totora. Éstos son embarcaciones hechas con totora y con ellas salen a pescar y a hacer surf. Es la misma totora con la que se hacen las islas flotantes del lago Titicaca, sirve para todo. Parece fácil navegar en ellas, pero debe de ser muy difícil mantener el equilibrio y no caerser al agua.
Paseamos por la playa que es muy larga. Me acordé mucho de mi abuelo viendo a los señores coser las redes de pesca, de pequeña me pasaba tardes enteras mirando como las cosían en Figueras.
Hacía sol pero también vientecillo frio así que no nos atrevimos a quedarnos en bañador ni a bañarnos.
Comimos en una terraza ceviche de mariscos y arroz con langostinos: la vida del mochilero no es tan mala.
Seguimos paseando y hartándonos de fotografiar los caballitos de totora.
Volvimos a Trujillo.
-Ana-

Dios es amor
Para ir a Huanchaco hay que tomar un colectivo atiborrado. Anita y yo nos sentamos en lugares separados; yo en primera fila. Después de llevar un rato avanzando por las descolonializadas calles del extrarradio trujillano, me tocan al hombro y al girarme veo que una señora de unos setenta años, que estaba sentada detrás de mí, algo alejada, se había incorporado y me gritaba al oído "Cristo te ama mucho y te bendiga". Yo le regalé una amplia sonrisa, pero no me sentí tan inspirado como para responder. Ella se volvió a sentar, algo bruscamente, y yo me giré de nuevo hacia delante. A los pocos minutos entraron dos madres con sus respectivos bebitos en brazos y mi compañero de asiento y yo nos levantamos para cederles nuestros asientos. Ellas, y otros pasajeros, no tardaron en bajarse así que pudimos sentarnos de nuevo, pero en lugares diferentes.
Yo le iba dando vueltas a la frase de la anciana, pensando que quizá había visto en mí algo que la indujo a decirme eso. Como los extranjeros tenemos fama de ateos y despendolados en todos los países del mundo, a lo mejor la señora había descubierto en mis ojos una semilla de bondad, un principio de algo por donde comenzar mi redención. Puede que mi aspecto, barbudo, delgado, de tipo occidental, le haya recordado a la estereotipada imagen de su Jesucristo y por eso se sintiera impelida a pronunciar esas palabras con forma de abrazo.
Delante de ella, en ese momento, iba sentado un muchacho joven, grandote, peruano hasta el tuétano y, por supuesto, sin barba. Ella le tocó en el hombro con insistencia, se incorporó ágilmente de su asiento y le gritó al oído "Cristo te ama mucho y te bendiga".
-Luis-

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