El 21 de Agosto de 2007 empezamos un viaje para recorrer algunos países de Sudamérica: Brasil, Bolivia, Perú, Chile, Argentina y Uruguay. Hemos creado esta bitácora para ir anotando las cosas que pasan a espectadores como usté.
Habrá dos territorios separados: uno lleno de lo que Ana haya visto y el otro no.

Que lo sepas...

“Durante mucho tiempo estuve pensando que la vida, la vida de verdad, estaba aún por empezar. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que debía solucionarse en primer lugar, algún asunto inacabado, ocupaciones, deudas por pagar. Finalmente me di cuenta de que todos esos obstáculos eran mi vida. Esta forma de ver las cosas me ha enseniado que no existe un camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino. Así que valora cada momento que vivas y recuerda que el tiempo no espera por nadie. La felicidad es un viaje, no un destino." (Souza)

LXXX (07/11/07) Trujillo, PE

Trujillo, Perú
Dormimos hasta tarde y nos tomamos el día con calma. Desayunamos, compramos comida para hacernos unos bocadillos y caminamos hasta el centro (el hostal está un poco lejos).
En Trujillo hay pocos turistas y es más cómodo pasear, más tranquilo, sin gente que te atosigue ofreciéndote tours, guías, comida, etc... Pero tiene sus inconvenientes, nos comimos unos bocadillos en la Plaza de Armas (aquí las ciudades tienen plaza de armas en lugar de plaza mayor) y todo el mundo nos miraba, llegamos a pensar que estaba prohibido comer allí.
La plaza y el centro en general son muy bonitos. Las casonas coloniales con ventanas enormes y enrejadas aparecen por doquier. Sus colores llamativos dan un tono alegre a la grandiosidad de las construcciones.
Visitamos un museo del juguete y nos tomamos una cerveza en un café que parecía que estábamos en París en 1940.
Compramos comida y vino y cenamos como reyes en el albergue. El vino peruano era como mistela, pero justo cuando pensábamos en lo horrible que estaba, llegó un americano a hospedarse y preguntó dónde podía tomar un vino antes de acostarse. Le ofrecimos el nuestro y se tomó una copa con nosotros y las mujeres del albergue.
-Ana-

Catedral
El monaguillo y el sacristán de la catedral de Trujillo tienen una apuesta en marcha para matar el aburrimiento de mañanas y tardes.
El edificio, en su interior, es poco motivador para los visitantes. Es muy oscuro, frio, con decoración escasa y fea y un retablo principal un poco ridículo de tan pequeño. Así que la mayoría de los turistas entran, dan cuatro o cinco pasos, no reconocen nada llamativo y vuelven a salir.
El monaguillo cree que de aquí a la misa de Navidad nadie se va a sentar más allá de la fila número veinte (más o menos a la mitad de la iglesia), ni siquiera las pocas beatas trujillanas que vienen con cierta asiduidad.
El sacristán, confiado, ha apostado la colección de hostias con formas de mujeres desnudas que el mismo fabrica.
-Luis-

Casa
El eje comercial de la tranquila (en apariencia, porque aquí todo tiene rejas) ciudad de Trujillo es la calle Pizarro. A una sola cuadra de la Plaza de Armas, en esa linda calle, está la mejor casa colonial de la ciudad. Todos los libros hablan de ella como de una auténtica joya.
Yo crecí familiarizado con las cámaras fotográficas y con idiomas extraños porque siempre que iba a ver a mis abuelos maternos había turistas que solicitaban ver el patio, sus corredores y sus ventanas. En aquel tiempo el número de visitantes no era muy alto, pero aún así todos sin excepción pasaban unos minutos contemplando la casa.
Desde hace doce años ya no pertenece a la familia y ya no se puede visitar su interior. Yo tengo ya sesenta; una edad en la que los deseos parecen diluirse en una especie de niebla y se van distanciando de uno. Supongo que terminarán por desaparecer, finalmente.
Paseo a diario por delante de la casa de mis abuelos, porque vivo apenas dos cuadras más allá y me gusta venir aquí a recordar. Mi esposa murió hace tiempo y sólo me asaltan ya recuerdos de la infancia. A medida que me hago mayor vienen a mí de forma más vívida. Muchos de ellos están atados a los muros granate de esta enorme casona, así que sentarme en este banco, justo enfrente, me ayuda a desenterrarme a mí mismo; un yo que tenía por completo olvidado.
Si cierro los ojos puedo ver nítidamente la fuente de granito rosa que presidía el patio, rodeada por grandes macetas jardineras y pequeños tiestos colocados con un orden extraño, como de revoloteo de golondrina, del que sólo era capaz mi abuela. Uno veía aquella montaña de cerámica colorida, aquel tropel de plantas, de sombra, de sol, de agua,... y le parecía estar en medio de la sierra.
Sobre el duro granito dejé uno de mis colmillos, en una ocasión, y dos días en cama con una fiebre delirante y una brecha que hizo falta cerrar con diecisiete puntos, en otra. En el reflejo, mi propio reflejo en el agua tranquila, ensayé mi primera declaración de amor, que resultó ser la única, de tanto éxito que tuve.
Fue un revés de esos que la vida se guarda para después de una explosión de felicidad lo que obligó a mi abuelo a vender la propiedad. Justo a la semana siguiente de la boda de mi hija menor, mi tío realizó una inversión muy desafortunada e hizo falta el dinero para respaldarlo. Mi abuelo no lo dudó y se mudó a nuestra casa (mi abuela ya había muerto por aquel entonces; la tradición de mi familia es de longevos varones y frágiles féminas). A los pocos meses también él se consumió, yo creo que por la tristeza de no tener a los turistas cerca, posando junto a las rosas de su amada esposa. Se había pasado los últimos años de su vida contando a los visitantes cómo habían construido la casa: piedras traídas del palacio del Conde Palo Sanjuán, en Lima; granito rosa chileno, que formó parte de un gran molino y por eso su pulido era exquisito; madera tallada en las columnas del patio, un trabajo del mismo escultor semiciego que había realizado el antiguo retablo de la catedral del Cuzco.
Como dije al principio, mis deseos se diluyen en una especie de yogurt al que, por inercia, llamo vida y, también por inercia, vivo. Pero, a pesar de la falta de fuerza, deseo con todas mis fuerzas que el banco brasileño que compró la casa de mi abuelo quiebre. Me da igual que muchos trabajadores se vayan a la calle,... como si se van todos ellos,... me parecen estirados y antipáticos y nunca se muestran interesados por la historia del lugar en el que todos los días permanecen por más de ocho horas. Quiero que la municipalidad o el estado se hagan cargo de la casa y vuelvan a abrirla al público. Quiero que mis recuerdos de niño vuelvan a volar libremente por los corredores y las frescas habitaciones. Quiero que mis recuerdos salgan por fin de la caja fuerte de última generación en la que los tienen metidos desde hace doce años.
Así, como se lo cuento a usted, se lo cuento a todos los visitantes que se sientan en este banco, frente a esta hermosa casa, con la infantil esperanza de que alguno de ellos me ayude a desear, porque a mí ya me va costando.
-Luis-

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Hola! os veo muy bien ¡eh! pero que ¡muy bien!. Las fotos que habéis insertado están genial. Hay alguna foto que me encanta. Por cierto, ¿puedo hacer una petición?....Espero que estéis tomando buena nota de la comida típica que probáis, porque me encantaría que cuando volváis a España, ya en Gíjón, nos pudiérais "sorprender" con alguna degustación típica...

Luis, yo creo que a Lima le falta color porque la selva los absorbe todos, pero creo que es mejor que nadie se dé cuenta de ello, que siga siendo así...no vayamos a levantar la liebre...

Un beso muy grande para los dos (de parte de Andrea, Adolfo y mía)
MMMUUUUUUUAAAAAACCCCC !!!!!!

Nota: no escribo más porque tengo miedo que los "seguidores" del blog lleguen a decir: ¡ya está la pesada de turno!
OS QUEREMOS