El 21 de Agosto de 2007 empezamos un viaje para recorrer algunos países de Sudamérica: Brasil, Bolivia, Perú, Chile, Argentina y Uruguay. Hemos creado esta bitácora para ir anotando las cosas que pasan a espectadores como usté.
Habrá dos territorios separados: uno lleno de lo que Ana haya visto y el otro no.

Que lo sepas...

“Durante mucho tiempo estuve pensando que la vida, la vida de verdad, estaba aún por empezar. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que debía solucionarse en primer lugar, algún asunto inacabado, ocupaciones, deudas por pagar. Finalmente me di cuenta de que todos esos obstáculos eran mi vida. Esta forma de ver las cosas me ha enseniado que no existe un camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino. Así que valora cada momento que vivas y recuerda que el tiempo no espera por nadie. La felicidad es un viaje, no un destino." (Souza)

CXL (09/01/08) Buenos Aires, AR

Puerto Montt, Chile - Buenos Aires, Argentina
Nos despedimos muy cariñosamente de nuestra anfitriona y nos vamos a coger el autobús hacia Bariloche. Salió con retraso y en las aduanas se demoró un poco más de la cuenta. Ya dimos por perdida la reserva para el bus que salía a las 17:00, aunque teníamos la esperanza de poder llegar a tiempo para alcanzar el de las 17:30. Corrí a la ventanilla y Luis recogió las mochilas. No había pasajes. Preguntamos en otra compañía... y en otra. Bingo. Compramos los billetes y embarcamos. En menos de cinco minutos habíamos hecho el cambio de transporte y ya estábamos de nuevo en ruta, con 20 horas de viaje por delante (ya llevábamos 8 recorridas desde Chile). Para mayor suerte, nos cobran como estudiantes y nos sale casi a la mitad de precio.
El autobús era cama, con asientos reclinables y muy cómodo. Nos dieron merienda y una cena riquísima con vino y todo. Cuando acabamos nos sirvieron una copa de champán. ¡La bomba! Igual que ALSA, vamos.
Paisaje patagónico hasta que la noche cayó.
-Ana-

Travesía Pacífico-Atlántico
De Puerto Montt a la frontera volvemos a disfrutar con el verde suizo, los pastos bretones, la lluvia gallega y las casas alemanas. Una tierra bendecida y generosa, como la hija predilecta o la estudiante aventajada. Quizás sea ambas cosas a la vez.
Nada más cruzamos la línea en la que nos despedimos por fin de Chile comienza el Parque Nacional Nahuel Huapi. El viento atravesaba el tejido calado del bosque, plagado de coníferas. El lago, del mismo nombre, aparece a los pocos kilómetros, azul bajo un cielo totalmente libre, ancho como la vela de un gran barco. En algún momento se difícil decir si la luz llega del cielo o sale del agua; cuya superficie está algo inquieta pero resplandeciente como una vajilla de porcelana recién estrenada.
En Bariloche hacemos el cambio de autobús más rápido de la historia y cuando nos damos cuenta ya estamos rodando de nuevo, esta vez Patagonia abajo. Volvemos a introducirnos en ese paisaje de todo y nada a un tiempo. En estas tierras los ríos son como imanes a los que se adhiere la estética verde de la vida. Verde y sensual, sinuosa y colmada, rueda por los desgastados cauces. El agua no corre, el agua pasea.
Entre las montañas que escoltan nuestro flanco izquierdo, nuestro ocaso, vemos nubes explosionadas, algodones esparcidos, pisoteados después de una rabieta; blancos soplados y resplados, aplastados de un celestial manotazo. Más abajo la carretera repta como un diseño minimalista en esa extensión avergonzante para alguien dedicado a las obras públicas. En paralelo a ella las finas líneas eléctricas zumban como chicharras.
En un punto indeterminado, pero exactamente igual a sí mismo cien kilómetros antes o después, se desata una enorme tormenta de polvo que nos acompaña durante más de dos horas y que se come todo. Atravesamos alguna desamparada población, nebuosa e indefinida como un sueño que tratamos de recordar a media tarde. Los álamos intentan detener el fantasma informe del vendaval, pero al ver su danza medio enloquecida e inane el pueblo abandona toda esperanza y las casas cierran los ojos mientras las despeinan. El sol es un farolillo chino y se suicida estrellándose contra el suelo.
Después, la noche.
Al abrir los ojos, apenas llenos con el sueño de unas pocas horas, nos encontramos un cielo alto y grisáceo, algo pálido y enfermizo que no tiene muy buena cara.
La tierra ha mudado su camisa espinosa contra el viento por un suave visón de cereal, de girasol, de maiz o de lavanda. Las estancias pamperas tienen entradas delineadas por altos árboles, sombrías y alargadas. En ellas el que se va tiene unos minutos para arrepentirse. Igual que quien regresa. Al fondo, a veces, se adivina la casa y otras, la mayoría, resulta imposible. Los campos recién segados ya verdean y el agua se adivina casi por doquier. Hay lagunas con garzas, humedales y, allí donde se encuentra más profunda, un pozo con su molino americano trata de convencerla con gentileza para que regrese. Al fin y al cabo, ¿dónde va a estar mejor?
-Luis-

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