Nos levantamos temprano, tomamos un bus y fuimos a la famosa Cruz del Cóndor, un mirador donde aseguran que todas las mañanas se ven los cóndores pasar. Estuvimos desde las siete y media a las diez y media de la mañana y sólo vimos la mitad de uno. No llegó a subir, sólo lo vimos pasar por debajo de nosotos. Había decenas de turistas y la mayoría se fue sin ver ni siquiera esa pequeña mitad. Nosotros ya habíamos tenido nuesta ración el día anterior.
Volvimos al pueblo y desayunamos como campeones. De ahí, bajamos todo el cañón para llegar a un oasis, como aquí lo llaman, que es una especie de terraza cercana al río. Sólo se llega a pie o con mula y no hay electricidad. Nos llevó dos horas y media y muchos lamentos. El "camino" era horrible, de polvo y piedras. Nos caímos alguna vez y los pies y las rodillas se resintieron bastante.
Por fin llegamos.
Nos habían dicho que el alojamiento era básico. Paso a describir el concepto "básico": suelo de tierra y polvo, paredes de caña con una separación de cuatro centímetros entre cada una, una cama con somier de caña y una puerta que no cierra. Nos damos un baño en la piscina y nos sentamos en el césped, rodeados de montañas como nunca habíamos estado.
Cenamos con el resto de los huéspedes, también un menú básico.
Nos habían dicho que el alojamiento era básico. Paso a describir el concepto "básico": suelo de tierra y polvo, paredes de caña con una separación de cuatro centímetros entre cada una, una cama con somier de caña y una puerta que no cierra. Nos damos un baño en la piscina y nos sentamos en el césped, rodeados de montañas como nunca habíamos estado.
Cenamos con el resto de los huéspedes, también un menú básico.
-Ana-
El camino
El ruido del río
Antes de la plaga, el oasis estaba tan poblado que apenas cabía nadie más. Las chacras eran pequeñas, de unos diez metros cuadrados, y cada familia subsistía con lo que aquellos árboles producían. La fruta de los oasis de la parte baja del río Colca era muy apreciada, hasta en Lima. Los burros y las mulas subían las cosechas hasta Cabanaconde y de ahí se llevaban a Arequipa, también en mula, porque aún no había carretera.
Cuando empezó la infección y las hojas ennegrecidas de los árboles goteaban aceite, la gente comenzó a marcharse. La fruta era pequeña y mala. Juan decidió aguantar, con la esperanza de que sólo fuera una mala temporada. Trabajaba las chacras abandonadas y así compensaba la baja producción.
A los seis años, la suya casi era la única familia que permanecía en el fondo del cañón. El hambre se dejaba sentir casi de continuo y Juan se rindió. Llegó a Cabanaconde y alquiló todas las mulas que encontró (siete). Amontonó a su esposa, a sus hijos y a sus suegros junto a las pocas pertenencias que aún no habían vendido y se fue a Arequipa. Allí encontró un departamento pequeño en el que alojarse momentáneamente. En realidad era una habitación de una vieja casa. La cocina y el baño debían compartirlo con otras cinco familias.
Juan habló con varios conocidos y no le costó encontrar un nuevo trabajo. Su esposa sabía coser, así que podría ayudar con los gastos.
Todo iba a estar bien. Vivirían un poco apretados, pero estaban todos y estaban juntos. Tenían sus cosas con ellos. Iban a poder comer caliente cada día, incluso ahorrarían un poco y no tardarían en mudarse a un sitio mejor. Aún así, Juan era incapaz de conciliar el sueño en las noches. Después de 37 años, le faltaba por primera vez el ruido del río.
-Luis-
1 comentario:
sI, LA VERDAD ES QUE MÁS QUE BÁSICO EL ALOJAMIENTOES PRIMARIO, SI SEGUÍS ASÍ A LO MEJOR PODEIS LLEGAR CON EL PRESUPUESTO HASTA EL VERANO.DORI
PERO LO PRINCIPAL ES QUE A ANA EN LA FOTO SE LA VE FELIZ CON SU ADOSADO.
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