El 21 de Agosto de 2007 empezamos un viaje para recorrer algunos países de Sudamérica: Brasil, Bolivia, Perú, Chile, Argentina y Uruguay. Hemos creado esta bitácora para ir anotando las cosas que pasan a espectadores como usté.
Habrá dos territorios separados: uno lleno de lo que Ana haya visto y el otro no.

Que lo sepas...

“Durante mucho tiempo estuve pensando que la vida, la vida de verdad, estaba aún por empezar. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que debía solucionarse en primer lugar, algún asunto inacabado, ocupaciones, deudas por pagar. Finalmente me di cuenta de que todos esos obstáculos eran mi vida. Esta forma de ver las cosas me ha enseniado que no existe un camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino. Así que valora cada momento que vivas y recuerda que el tiempo no espera por nadie. La felicidad es un viaje, no un destino." (Souza)

CXVII (15/12/07) Villarrica, CH

Villarrica, Chile
Llegamos a Villarrica por la mañana. Hace frío, se nota que estamos yendo cada vez más al sur. Fuimos al hostal, una gran casa de madera por dentro y por fuera, y descansamos unas horas.
Fuimos a turismo para informarnos de lo que queremos hacer y a un par de agencias para consultar precios. Luis quiere subir al volcán Villarrica, yo creo que me quedaré y lo veré desde abajo.
Por la tarde después de comer quedamos con un señor para ir a pescar. Salimos desde el lago en un bote de remos y fuimos río abajo. El paisaje es precioso, mucha vegetación a lo largo de la orilla y un sol resplandeciente.
El señor era muy simpático y nos explicó los principios básicos para pescar. Regla número uno: los peces pequeños se devuelven al río. Regla número dos: disfrutar, hay que olvidarse de que venimos a pescar. Pescamos varias truchas cada uno, pero las únicas grandes las pesqué yo, je, je. Nos llevamos tres para la cena. Lo pasamos muy bien y puede que descubriéramos una nueva afición.
Cenamos trucha a la plancha que estaba riquísima.
-Ana-


El río
El Toltén camina entre el lago Villarrica y el Océano Pacífico. Salimos a pescar y bajamos por él unos diecisiete kilómetros. Navegamos en un bote artesanal, diminuto, sensitivo como un guante de látex, rápido en los giros y maniobras, dócil y obediente.
El agua baja fría y transparente y me pregunto si será el puro frío del hielo el que roba su color. Refleja algo del verde vivo y oxigenado de las tupidas orillas, plagadas de árboles que se doblan sobre la corriente y se paran a muy escasos centímetros de ella, desconfiados y prudentes.
Me enamora el río; el conjunto cielo, sol, verde y agua. Me apetece tener una casa-barco para ir arriba y abajo por él, para quedarme durante horas protegido por las tímidas revueltas, sin moverme apenas a pesar de que un metro más allá el fluir resulta casi furioso; para atracar en las orillas de sombra y armar una hoguera entre piedras; para poder pescar.
Mientras flotamos sobre la corriente, en la pequeña barca amarilla, apreciamos cómo el agua se mueve como si fuera un bloque sólido o, al menos, gelatinoso; como un tren empujado desde atrás, toda la transparente masa líquida corre por debajo de nosotros a una velocidad vertiginosa. A veces da la impresión de que la barca está tan quieta como las piedras del fondo o de la orilla y que el agua fluye entre una y otras como una anguila resbaladiza, fría, ancha y vidriada.
-Luis-

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