Dormimos una siesta y paseamos por el pueblo. Después de cenar y antes de que el sueño nos venciera de nuevo salimos para observar las estrellas.
Fumarolas
Uno no se acostumbra del todo. A pesar de llevar meses caminando por y entre volcanes; a pesar de llevar meses recorriendo ciudades que han sufrido, en el mejor de los casos, una demolición completa por causa de un terremoto; a pesar de llevar meses contemplando fenómenos como aguas termales, lodos en ebullición o géiseres. Uno no se acostumbra del todo y, cuando está uno en medio de una llanura dominada por un volcán enorme al que le salen pelos de loca en forma de fumarolas por unos cuantos agujeros, uno se siente chiquito y, paradógicamente, sólo quisiera ser grande, muy grande, para alejarse a grandes zancadas de allí.
Amanecer de luna
Camino con dificultad en la oscuridad casi total de la noche. Trato de localizar, con la ayuda de una pobre linterna, un lugar desde el que poder contemplar bien el cielo estrellado. Me alejo del pueblo todo lo que puedo. Parece que el desierto de Atacama es especialmente bueno para eso, por la falta de humedad en el aire, lo que facilita la visibilidad.
Tengo un pequeño mapa celeste arrancado de una revista. Busco y rebusco y no soy capaz de ver nada. Necesito encontrar un punto, una referencia que me ayude a tirar del hilo y situar todas las constelaciones. El cinturón de Orión me da la clave y, cuando estaba ensimismado descubriendo una por una las distintas agrupaciones de estrellas (Taurus, Andrómeda, Acuarius,...), aparece un pico de una enorme luna sobre la línea de volcanes, al noreste.
Con bastante rapidez va ascendiendo y, con la misma rapidez, una intensa luz ilumina las ondulaciones del desierto. Parece que hoy es su primer día de menguante, porque le falta un pedacito para estar completa.
Estoy subido a un montículo y mi sombra se alarga más de diez metros hacia atrás.
Las estrellas se difuminan y pierden intensidad. Las constelaciones más cercanas a la Luna son difíciles de distinguir ya.
Me descubro conteniendo las ganas de orinar. Un interno sentimiento integrador con el entorno, mi propia parte de naturaleza, me empuja a mear allí mismo, de cara a la luna saliente, en comunión con todos los hombres y todas las cosas. Eso al menos pensaba yo, pero no sé si también las dos chicas inglesas que descubrí sentadas apenas a unos metros a mi derecha.
-Luis-
2 comentarios:
No se si creerme eso de que uno desearía hacerse grande para escapar corriendo porque vosotros lo que haceis es haceros cada vez más pequeños para penetrar más en las zonas de volcanes, fumarolas etc.
Y digo yo, eso de tener que levantarse a las tres de la mañana es por si los geiseres se marchan o porque con la noche el espectáculo es más impresionante.
Bueno lo del especta-culo que se lo pregunten a las inglesas ¿no?
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