Arequipa-Arica, Perú
Visitamos la iglesia de San Francisco, un edificio del que no me voy a acordar dentro de tres días. Paseamos por el barrio de San Lazaro, que recuerda las típicas calles andaluzas: estrechas con paredes blancas y geranios rojos en las ventanas. Hicimos alguna compra y nos fuimos a coger el autobús hacia Arica. Cuando llegamos a la oficina de la estación de buses, nos enteramos de que habían anulado el viaje porque éramos los únicos pasajeros. Es la segunda vez que nos pasa esto y, como la primera, nos enojamos infinitamente con la señorita de la ventanilla y, como la primera, no sirvió de nada y, como la primera, tuvimos que comparar otro billete con otra compañía.
El resto del día bus, pelicula de lucha (como siempre), bus, paisajes desérticos corriendo y más bus. Para romper la rutina ocurrió una situación de lo más extraña. El bus se paró en un pueblo y una señora con billete hasta ese punto se negaba a bajarse; quería continuar viaje pero no tenía dinero para pagar la diferencia. Tanto el conductor como el revisor intentaron que abandonara el autobús. Había personas que querían pagarle el resto del pasaje, pero lo que se descubrió finalmente fue que ella utilizaba esa técnica para viajar más barato. Era una asidua de esa empresa y ya la conocían. Ella no se bajaba y el conductor no iba a continuar con ella a bordo. Después de cuarenta minutos y gritos y acoso de algunos pasajeros, yo entre ellos, conseguimos que se fuera y así seguir con nuestro viaje.
Llegamos a Tacna, frontera con Chile, de ahí tomamos un taxi compartido con el que cruzamos la frontera y llegamos a Arica.
Salir de Perú, fácil, pero entrar en Chile lleva un montón de controles de aduana evitando que entre fruta y comida. La preciada pupusa, que de tantos malos ratos nos libró, se quedó en una papelera de la frontera.
Llegamos al destino final a las diez y media (dos horas más que en Perú) y nos acostamos.
-Ana-
Que lo sepas...
“Durante mucho tiempo estuve pensando que la vida, la vida de verdad, estaba aún por empezar. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que debía solucionarse en primer lugar, algún asunto inacabado, ocupaciones, deudas por pagar. Finalmente me di cuenta de que todos esos obstáculos eran mi vida. Esta forma de ver las cosas me ha enseniado que no existe un camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino. Así que valora cada momento que vivas y recuerda que el tiempo no espera por nadie. La felicidad es un viaje, no un destino." (Souza)
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