Como íbamos a ir a Chiloé en bus local, Eliana nos consiguió por el mismo precio ir en un tour y quedarnos en el pueblo de Castro mientras el tour seguía ruta. Fue muy buena idea porque fuimos parando y viendo cosas de camino.
Chiloé es un archipiélago con un clima y un paisaje muy parecido a Asturias. De hecho, están prácticamente en la misma latitud (uno al norte y otro al sur, como un espejo). Incluso tienen una mitología parecida a la asturiana. La isla cuenta con 126 iglesias, 16 de ellas Patrimonio de la Humanidad. Pasamos en ferry a la isla grande e hicimos una parada en uno de los pueblos, Ancud. Visitamos el fuerte, de origen español, y la plaza.
Seguimos rumbo a Castro donde vimos los palafitos, casas de madera asentadas sobre patas en el mar. Todas pintadas en diferentes colores, es lo más característico de la zona. Comimos en uno de estos palafitos, convertido en restaurante, en el puerto el plato típico, curanto. Se compone de mejillones de diferentes tipos, almejas gigantes, chorizo, pollo y carne de cerdo ahumada. Como un plato de compango con marisco, una mezcla un poco rara.
Después, siempre con el grupo (unos chilenos, el mexicano del hostal y una familia norteamericana) dimos un paseo en barco. La música folclórica del lugar sonaba a toda voz y todos se pusieron a bailar, animados por el dicharachero guía. Luis y yo nos partíamos de risa.
Visitamos la iglesia, de madera pintada por fuera y al natural por dentro. Es la más acogedora que vi nunca. Nos despedimos y fuimos al hostal. La señora nos dio la mejor habitación, con vistas al mar y baño privado, cosas que no habíamos pagado, de regalo de Navidad.
-Ana-
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