De vuelta tomamos una cerveza en el restaurante del hostal con dos vascos del grupo, que son de lo más simpático. Ellos siguen viaje hoy, así que nos despedimos dándonos los teléfonos para vernos en Buenos Aires e ir a cenar.
Compramos comida para hacernos algo de cena caliente porque llevamos tres días comiendo bocadillos.
-Ana-
Choiques (foto perdida)
Cualquier viaje que recorra la Patagonia, cualquiera de los que hemos hecho, al menos, ha sido similar a un viaje en barco por el océano: monótono con sorpresas. El paisaje patagónico, escaso en detalles generales, se te pega a los ojos y el cabo de unos minutos mirando por la ventanilla terminas por no ver nadad, pro acercarte a un estado del alma hipnótico y deshumanizado.
De repente, como si recibieras una inesperada bofetada, te ves obligado a sacudir la cabeza y a centrar la vista. Un choique (ñandú, avestruz americana) adulto atraviesa espantado la carretera seguido de veinte o veinticinco polluelos regordetes y algo torpes que lo siguen a ciegas. Describen trayectorias algo erráticas, como de fuegos de artificio caducados.
-Luis-
Cerro Torre
Escondido. No tengo mejor palabra para describir el mágico cerro. La niebla fue implacable y no se apiadó de nosotros ni un solo minuto. Más o menos alcanzamos a ver los dos tercios o algo así. Insuficiente y suficiente al mismo tiempo. Insuficiente porque siempre queremos más y porque nuestra ingenua imaginación, al soñar con él la noche anterior, lo dibujaba enterito. Suficiente porque los paisajes que lo circundan son apabullantes, porque el paseo que nos dimos hasta el lago que descansa en su base fue una de las más bonitas caminatas que hemos hecho nunca y también porque al fin y al cabo las nubes forman parte de su día a día. Probablemente lo hayamos visto con el traje de faena, con su cara más normal. Ya volveremos un domingo o un festivo. No importa.
-Luis-
Suave gris verdoso
Un orden: glaciar, lago y río. Blanco milenariamente estático, blanco lechoso y tímidamente verde en el gran cuenco que deja el glaciar al retirarse, blanco fuerte y furioso entre piedras deslizándose valle abajo. Los minerales suspendidos entre virutas ancianas de hielo azul deforman la naturaleza del agua fría y solitaria, dándole el aspecto de leche semidesnatada. Un ligero tono que tiende más o menos a verde, dependiendo de la luz del sol, impregna la mezcla. Resulta finalmente un agua traslúcida que apenas refleja las montañas que la generan y la contienen.
-Luis-
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