Amplio, con ventanas muy grandes mirando, por supuesto, al mar. Comidas para gente no muy exigente y si lo eres, te aguantas, porque no hay otra cosa.
Amplias en los tres pisos. Podìas pasear o sentarte a contemplar los paisajes de proa a popa y de estribor a babor.
Glaciar El Brujo. Sobre un fondo en blanco y negro resaltaba el azul del hielo.
Puerto Edén, pequeño pueblo comunicado con la civilización sólo a través del barco en el que viajamos. En él viven aún unas pocas familias Kaweskar, los antiguos pobladores de estas tierras y aguas.
Barco encallado en uno de los canales. La profundidad de los mismos puede variar entre los 1300 y los 2 metros.
Zona de mar abierto, donde estuvimos intentando ver algún delfín o alguna ballena.
Puesta de sol que contemplamos la última noche.
Moleskines y cánones
Descubro, entre sorprendido y aburrido, que mucha gente de la que viaja con nosotros mantiene una suerte de bitácora. Somos casi todos europeos y supongo que el romanticismo que rodea a los viajes y que hemos mamado desde pequeños nos obliga a escribir y a emular a antiguos grandes hombres de largas sombras. El número y la intensidad de las aventuras, el interés mismo del relato, parecen ser aspectos accesorios. Una parte de nosotros, no sé si el setenta por ciento de agua, es un frustrado narrador. La literatura nos mantiene a todos atrapados en torno a ella.
Descubro, entre envidioso y desdeñoso, que la mayoría de los diaristas del barco utilizan Moleskines para anotar sus reflexiones. La mítica libreta de notas usada por Van Gogh o Hemingway. Yo también tengo una de esas pero por suerte no la he traído a este viaje. Cuando escribo en ella la inspiración sigue un recorrido contrario. Va de abajo a arriba, del cuaderno impecable a tu cabeza... que termina tan pulcra, limpia y blanca como el cuaderno. Eso es al menos mi experiencia, pero no parece ocurrirle lo mismo a un joven con semibarba, creo que español, que llena hoja tras hoja con su letra tipo insecto, tipo plaga, tipo microelectrónica. Su cuaderno tiene una suave cuadrícula que parece que parece impedir el efecto de absorción de ideas de la página blanca. Una chica francesa de pelo corto y cara morena, tanto como el castaño de su pelo, usa un cuaderno de notas pequeño, también cuadriculado. Su letra es más redonda, más hogareña. Por último acabo de ver a una señora ya madura, creo que alemana, rellenando línea tras línea una Moleskine tamaño cuartilla con sus palabras distantes y sus renglones separados; una letra elegante que recuerda al perfil de una cordillera baja, vista a una gran distancia. Las hojas de su libreta sí son blancas por completo. Tengo que preguntarle cómo lo hace, cómo vence al chupacabras que reside en ella.
Descubro, con alegría y recelo, que la gran mayoría de los que aquí viajamos somos buenos aficionados a la fotografía. Quizá, para decirlo más correctamente, seamos sólo aficionados a "nuestra" fotografïa. Sea lo que sea lo que nos mueve, es alentador para la especie humana que las ansias creativas, la fuerza de la imaginación y la búsqueda de la belleza permanezcan en nosotros porque al fin y al cabo es eso lo que nos separa del resto de los animales y, al mismo tiempo, nos mantiene unidos a ellos.
Descubro, con entusiarmo y codicia, que un extenso número de viajeros cuenta con cámaras fotográficas impresionantes. La recua de buenas marcas, de grandes objetivos, de apetitosos sonidos de disparo salen a pasear sobre la borda con cada mínima oportunidad. Mientras el roce de mis manos desgasta las letras serigrafiadas en mi pequeña pelota hinchable y playera, me aparto algo acomplejado para que puedan jugar más agusto los mayores, con sus balones reglamentarios de cuero argentino de ternero triañar. Igual es divertido. Al fin y al cabo, el juego es el mismo.
1 comentario:
Pues vaya con la Moleskine! Si lo sé, va cuadriculada!! :-D
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